Dos días, un fin de semana, 48 horas en Málaga nunca son suficientes. De hecho, la ciudad está tan de moda que hasta Google se va a mudar allí. Hay sol, playa, museos, patrimonio. Y desde hace unos años, también una avalancha de aperturas de restaurantes y hoteles que ofrecen sus mimos para captar al turismo. Atención, que nos vamos al sur.
DÍA 1. DEL HOTEL AL TEATRO… CON UN CÓCTEL
Para qué llegar un sábado por la mañana si lo podemos hacer un viernes por la tarde. Sal del trabajo, sube al AVE o el avión y descansa durante el viaje, que vienen días intensos. Serán tan disfrutones que el cansancio ni se notará, pero, por si acaso, busca sitio para dormir.
Si hace años apenas había alternativas, ahora existe un importante abanico de hoteles (e infinitos apartamentos turísticos) para elegir. Hotel cápsula incluido.
Te puedes dar un lujazo en el Miramar, sentirte especial en el Only You Málaga o el Soho Boutique La Equitativa, que comparten renovado edificio frente a calle Larios, pero también puedes dormir en un castillo, el de Santa Catalina, con vistas al mar. Decídete pronto, que nos vamos al teatro.
Sí. Y nos vamos al Teatro del Soho a ver si nos encontramos con Antonio Banderas. Desde noviembre hasta marzo la programación estará protagonizada por el musical Godspell, que dirige Emilio Aragón.
Pero si lees este reportaje antes o después, calma, la programación teatral y musical es extensa y siempre encontrarás algo en agenda. Luego, para qué moverse. No es necesario ni cambiar de edificio para adentrarse en El Tercer Acto, restaurante que el actor malagueño ha impulsado junto a Pablo Gonzalo, su también socio en El Pimpi. Pídete un cóctel —que te servirán incluso en un busto de El Zorro o un Goya— para comenzar y acompáñalo con una vieira gratinada o un rollo de aguacate con teriyaki de vino Moscatel. ¡Qué viva Málaga!
DÍA 2
PITUFO MIXTO PARA EMPEZAR
Nos vamos de desayuno. Esto es Málaga y habrá que hincarle el diente a un buen pitufo mixto, que eso se aprende en primero de malagueñismo. Lo hacemos en una callejuela del casco histórico, Pozos Dulces, donde espera una sencilla terraza con mesas de plástico.
Sin miedo, que estás en El Diamante y es uno de los mejores lugares para dar un bocado al clásico bocadillo local. Se puede acompañar con un buen mitad, o una nube, o un largo, o cualquiera de esas muchas maneras de pedir un café que en esta ciudad llevan por bandera.
Si lo prefieres, en La Recova, a dos minutos de allí, Antonio te sirve una tostada que tú puedes completar con ingredientes como los chicharrones o la zurrapa. Pedirás otra más.
Hay alternativas, como un buen mollete catalán —aceite, tomate y jamón serrano— o darse un homenaje en cualquiera de los dos locales del equipo de Desal Café. Las hermanas Violeta y Azahara Rabasco abrieron el primero en calle Nosquera y el segundo, desde el pasado verano, en calle Ollerías. Tostadas con tomate y mozzarella, cruasanes vegetales, yogurt con muesli, fruta, huevos benedict. Lo que quieras. Te esperan hasta el brunch, para que puedas remolonear sin prisas.
Más allá están los panes con zurrapa paleña de El Roper, los churros de Casa Aranda, los cereales de The Cereal Boom o los pancakes, batidos y sándwiches de la recién aterrizada La Desayunería. Así hasta el infinito.
DE UN CIELO A OTRO
Entre cuatro y ocho euros cuesta vivir una de las experiencias más interesantes de la capital de la Costa del Sol: tocar el cielo desde la terraza de la Catedral.
El edificio empezó a construirse en el siglo XVI y todavía no ha sido finalizado. Sus fachadas, mezcla de arquitecturas —de la influencia inicial renacentista a su planta gótica y su posterior etapa barroca— y patrimonio interior impresionan.
Más aún las vistas desde su cubierta, a la que se llega tras ascender más de 200 escalones y pasear por la cornisa. “La subida tiene alicientes para cualquiera. Y permite entender la ciudad: su apertura al mar, su cercanía a las montañas, su condición de catedral marinera”, dice Juan Manuel Sánchez La Chica, arquitecto del templo.
Pronto verá cumplido uno de sus sueños: la instalación de un tejado a dos aguas que él mismo ha diseñado y que salvará al edificio de las históricas goteras que sufre desde sus inicios.
También las tenía, hasta su espectacular remodelación de hace una década, el mercado de Atarazanas. La principal plaza de abastos de la ciudad va camino de convertirse en un espacio gastronómico porque los puestos tradicionales van perdiendo peso frente a pequeños bares. Por suerte, aún hay tiempo de vivir su esencia y transitar sus pasillos, que son un resumen de la riqueza malagueña.
Hay aceitunas aloreñas, mangos de la Axarquía, mariscos y pescados de Caleta de Vélez, boquerones de la bahía, castañas de Ronda, lechugas de Coín, cebollas de Antequera, chivo de Casabermeja, almendras de Alfarnate... Dan ganas de probarlo todo en este paraíso gastronómico.
HORA DEL APERITIVO
El hambre llega en buen momento, a la hora del aperitivo. Hay que recuperar fuerzas, pero sin venirnos demasiado arriba, que después toca almorzar. Junto al propio mercado, en la Alameda Principal, hay una parada indispensable. Es la taberna Antigua Casa del Guardia, que facilita la entrada al maravilloso mundo de los vinos dulces de Málaga. Pide un pajarete, fliparás.
En el cercano barrio del Soho la Casa de Botes tiene tapas de gazpachuelo o caldillo de pintarroja. Junto a la catedral, Siloe es un buen lugar para tomar una cerveza bien fresquita y la taberna Uvedoble el lugar donde descubrir ricos bocados de la mano de Willie Orellana. La mayor parte de su clientela es local. “Síntoma de confianza”, dice el cocinero.
Y en 2021 abrió muy cerca La Cosmo para convertirse en una de las referencias gastronómicas de la ciudad. Basta probar su ensaladilla rusa o el mollete de steak tartar para entender la razón.
Y A ALMORZAR
Si hay algo complicado para elegir en la Málaga actual es precisamente dónde comer. La ciudad vive no una ola, surfea un tsunami gastronómico. Las aperturas son constantes. Y si para un malagueño ya es difícil decidirse, imagina si solo tienes un puñado de oportunidades en 48 horas. Ojo, sin agobios. No te preocupes, que aquí estamos para servir y recomendar.
Ya que una de las claves de la cocina malagueña es su amor por los productos del mar, siempre es buena idea pasar por Cávala, en el barrio del Soho. Allí el chef Juanjo Carmona propone un menú degustación —90 euros— con un puñado de platos donde el Mediterráneo y el Atlántico son los protagonistas.
Son bocados que resumen su formación y desarrollo en restaurantes como Tragabuches, Hacienda Benazuza o El Lago. Ojo al erizo con tartar de carabinero. Y lánzate para acompañarlo, por qué no, con un sabroso cóctel. “También hay una carta que cambia a diario y permite al comensal elaborar su propio menú”, recuerda Carmona.
No muy lejos, en la Plaza de las Flores, despliega su terraza Beluga, con otro menú degustación —55 euros la versión corta, 75 la larga— que es una auténtica delicia. El proyecto liderado por Andrea Martos en la sala y Diego René en los fogones se ha afianzado con una cocina llena de guiños a Alicante —lugar de origen del chef— y buen producto. No te olvides de probar sus arroces.
Ya que estamos de menú, no hay que olvidar el que sirve Dani Carnero en Kaleja, escondido entre callejones junto al Museo Picasso. El Menú Memoria —90 euros— y el Gran Menú Memoria —110 euros— llevan tiempo apuntando a estrella Michelín. Cocina de mercado, tradición y producto transformados en alta cocina.
Un poco más al este, la zona de Cerrado de Calderón atesora uno de esos restaurantes que sorprende. No está en un lugar de paso, pero es fácil dar con Mar de Verum. Como también lo es disfrutar con su menú —45 euros— que incluye tartar de cigala, gambas blancas y boquerones fritos, entre otros productos. Hay opción de pedir a la carta y una estupenda variedad de arroces. “Es una de nuestras especialidades”, afirma Jorge Berzosa, chef y propietario del establecimiento que abrió en otoño de 2021.
PRIMERO LA SIESTA, LUEGO YA VEMOS
Hay que hacer la digestión y un ratito de siesta nunca viene mal. Para despertar, por qué no, un buen café en Mia Coffe House, en la Plaza de los Mártires, justo al lado del Hammam Al Andalus (donde oye, igual te apetece pasar una tarde relajada, un guilty pleasure como otro cualquiera).
En una de las callejuelas aledañas, Andrés Pérez, podrás elegir un dulce en Astrid Bakery para tomarlo mientras observas los escaparates de las muchas tiendas de la vía o las de la Plaza Pintor Eugenio Chicano. Algo caerá. Fijo.
Si prefieres tarde cultural, estás en el sitio adecuado. Ya sabes que esta es ya la ciudad de los museos. El Picasso, el Pompidou, el Thyssen, el CAC.
Todos merecen una visita, pasar horas en sus salas, detener el tiempo ante obras maestras. Pero ojo, que hay uno que suele pasar desapercibido y que, quizá, sea la mejor opción para conocer el territorio que pisas. Es el Museo de Málaga, que incluye un bonito recorrido de arte pictórico y una alucinante colección arqueológica —15.000 piezas— que arranca con un grupo de esculturas y bustos que los marqueses de la casa Loring acumularon en su finca.
El espacio sirve para entender Málaga desde la prehistoria, la influencia de los fenicios —son increíbles sus tesoros o el casco corintio de un guerrero— y la importancia que tuvo la época romana y la expansión de la ciudad en tiempos de Al-Andalus. Los sábados tienen visitas guiadas. No pierdas la oportunidad. ¡Y es gratuito!
DE CENA
¿Dónde cenar en Málaga? Vuelven las dudas. No es la falta de restaurantes, más bien lo contrario, lo que convierte en difícil la elección.
Quizá lo mejor sea dejarse llevar según lo que apetezca en el momento. Si hay ganas de tapeo y escuchar buena música, no hay más que pasar por Zury, local que Javier Vera maneja con criterio y a su antojo. Ubicado a pocos metros del Museo de Málaga, ofrece una sencilla pero deliciosa carta con refrescantes bocados como los mejillones changuita, que pican lo suyo.
Si se te antoja un lugar íntimo y tranquilo, Dynamit es tu lugar. Su sala es un viaje a los países nórdicos. Un cachito de Suecia que se trajeron bajo el brazo Dilan Leijon y Devrim Varhos. Viajaron desde las nieves casi perpetuas del archipiélago de Svlabard (“un sitio un poco extremo”, como ellos mismos explican) para abrir este restaurante en el corazón de Málaga. Mucha verdura, mucho sabor y mucho amor. Ojo a sus cócteles escandinavos.
Tranquilidad y vistas también encontrarás en el restaurante Mi niña Lola, proyecto de Pablo Ruttlant y Miguel del Valle que abrió la pasada primavera en la muralla de La Coracha. Tendrás que subir unos cuantos escalones o una larga cuesta hasta llegar allí, pero se te olvidará rápido porque merece mucho la pena.
Al otro lado del Paseo del Parque, en Cantina Niña Bonita, la panameña Reyna Trasverso tiene los mejores tacos mexicanos de la ciudad —con permiso del antiguo Tepito— y unos margarita que te animarán la noche.
La terraza de cualquiera de los hoteles cercanos —Soho Boutique Equitativa, Only You, AC Málaga Palacio o Room Mate Valeria, todos a menos de cinco minutos— es estupenda para tomar la penúltima. La última la decides tú.
DÍA 3
Arrancar la jornada entre aroma a salitre del Mediterráneo es una sensación única. Por eso nos vamos al barrio de Pedregalejo. Superado el edificio que acoge al astillero Nereo, la mayoría de los locales a pie de playa ofrecen desayunos...
Si quieres leer al artículo completo no dejes de visitar la web del autor Traveller.es